CUANDO LA ECONOMÍA TAMBALÉA
Las crisis económicas no ocurren de la noche a la mañana como un terremoto, pero sus efectos pueden ser devastadores y duraderos. España ha vivido ejemplos: la recesión de 2008 dejó a muchas familias en paro y sin ahorros, y más recientemente la pandemia de 2020 desencadenó la peor contracción económica en décadas. En 2022 la inflación media alcanzó 8,4%, la cifra más alta en 36 años, disparando el costo de la vida –alimentos básicos subieron más de un 15% en ese año. Esta incertidumbre financiera masiva mostró que incluso sociedades desarrolladas pueden verse de pronto luchando por combustible asequible o alimentos a precios razonables. A nivel global, la invasión de Ucrania en 2022 agravó la crisis energética: en Europa los precios de la energía marcaron récords históricos en agosto de 2022, afectando gravemente a ciudadanos y empresas.
¿En qué nos afecta personalmente un colapso económico o energético? Puede significar perder el empleo o poder adquisitivo de forma abrupta, ver vacíos los estantes del supermercado por interrupciones logísticas, o sufrir cortes de electricidad y calefacción en pleno invierno. El temor al desabastecimiento, antes asociado a países lejanos, lo vimos cerca durante la pandemia (¿quién no recuerda las estanterías vacías de papel higiénico?). Y con la “crisis del gran apagón” rumoreada en 2021, muchos españoles corrieron a abastecerse “por si acaso”. Estas reacciones evidencian la ansiedad colectiva ante un posible fallo sistémico de nuestras cómodas redes de suministro justo a tiempo. Un preparacionista busca adelantarse para que, si la economía se sacude o la luz se apaga, su bienestar y seguridad no queden a merced del caos.
RESILIENCIA FINANCIERA PERSONAL
La primera línea de defensa ante una crisis económica es nuestra salud financiera. Construirla requiere disciplina antes de que lleguen las vacas flacas. Los expertos recomiendan tener un fondo de emergencia equivalente a 3-6 meses de gastos básicos, reservado en una cuenta líquida. Este colchón permite sobrellevar despidos o bajadas de ingreso sin caer inmediatamente en deudas. Durante la pandemia, quienes tenían ahorros pudieron afrontar confinamientos y parones laborales con menos angustia que quienes vivían al día.
Otra estrategia clave es la diversificación de activos. Con la inflación disparada, el dinero en efectivo pierde valor; por ello algunos preppers financieros aconsejan convertir parte de los ahorros en bienes más sólidos: metales preciosos (oro, plata) que mantienen valor en el tiempo, o incluso divisas extranjeras fuertes. En países que han sufrido hiperinflación (como Venezuela recientemente), tener dólares o activos tangibles marcó la diferencia entre seguir alimentando a la familia o no. Sin llegar a extremos, en España vimos como en 2022 el dinero rendía mucho menos: los precios subieron casi el triple que el año anterior. Ante esa realidad, invertir en provisiones de larga duración también es proteger el patrimonio: abastecerse de alimentos no perecederos, productos de higiene y otros artículos antes de que suban más de precio significa un ahorro y garantiza disponibilidad. De hecho, almacenar lo suficiente para unos meses es una práctica tradicional (nuestros abuelos conservaban comida para el invierno) que recobra sentido si se avecinan problemas económicos. Eso sí, el acopio debe ser mesurado y escalonado para no provocar escasez ni desajustar el presupuesto.
Mantener bajo control las deudas es igualmente parte de la preparación. En tiempos de bonanza es fácil asumir créditos, pero en una recesión los intereses suben y los ingresos bajan: combinación letal para endeudados. Conviene amortizar deudas cuando se puede, priorizando las de interés variable. Asimismo, diversificar nuestras fuentes de ingreso –por ejemplo, emprendiendo un pequeño negocio paralelo o desarrollando habilidades que podamos monetizar (reparaciones, costura, consultoría independiente)– refuerza la resiliencia. Si una fuente falla, tenemos otra. Durante la crisis de 2008 surgió la economía informal y muchos aprendieron oficios nuevos por necesidad; un prepper lo hace por previsión.
AUTONOMÍA ANTE LA ESCASEZ Y APAGONES
Las crisis energéticas suelen venir de la mano de las económicas, pues la energía es el motor de la industria y la vida cotidiana. En 2021-2022 Europa estuvo al borde del racionamiento de gas por los recortes de suministro ruso. ¿Cómo se traduce eso a nivel hogar? Posibles apagones programados, restricciones de gas natural para calefacción, o precios de la electricidad tan altos que obligan a limitar el consumo. Prepararse ante este escenario implica trabajar nuestra autosuficiencia energética. Algunas medidas prácticas: instalar en lo posible fuentes alternativas en casa (un panel solar básico con batería puede mantener luces LED y cargar móviles; una cocina de camping a gas butano para calentar comida si hay corte eléctrico; calefactores a gas o estufas de leña si vivimos en zonas frías rurales). En muchas viviendas españolas la cocina y calentador funcionan con gas butano/propano: tener bombonas de repuesto garantiza seguir cocinando aunque falle la red eléctrica.
En ciudades, donde dependemos totalmente del suministro externo, puede ser útil contar con un pequeño generador portátil o baterías de respaldo, al menos para alimentar aparatos cruciales (un frigorífico unas horas al día, dispositivos médicos si los hubiera, o cargar comunicaciones). En países nórdicos se recomendó recientemente que cada hogar tenga una radio a pilas, linternas, cargadores solares y combustible para varios días. También es importante saber manejarse sin tecnología: si cae Internet por un apagón, ¿tenemos copias físicas de teléfonos importantes?, ¿sabemos la localización de servicios de emergencia sin Google Maps? Un buen preparacionista imprime mapas locales y anota direcciones clave.
La escasez de suministros puede ir más allá de la energía. En crisis severas pueden faltar ciertos alimentos en mercados, repuestos técnicos, medicamentos específicos por rupturas de stock. Para mitigarlo: mantener una despensa de reserva bien rotada (que usemos y repongamos regularmente para que nada caduque) con alimentos básicos de larga duración (arroz, legumbres, pasta, latas, aceite) y botellas de agua. Asimismo, almacenar artículos de higiene y medicamentos esenciales para unos meses (incluyendo los de receta, coordinando con el médico). Esta despensa no solo nos sostiene en aislamiento, sino que nos protege de la inflación repentina: hay quienes en 2021 compraron un saco de harina o aceite extra y así evitaron pagar un 30-40% más pocos meses después cuando subieron precios. Es literalmente “dinero enlatado”.
SEGURIDAD Y DEFENSA EN TIEMPOS DE CRISIS
Un aspecto a menudo olvidado: las crisis económicas prolongadas pueden traer aumento de la delincuencia y conflictos sociales. El estrés financiero puede llevar a protestas masivas, huelgas e incluso disturbios. Zonas antes seguras pueden experimentar más robos o saqueos si la situación se degrada (por ejemplo, durante el Corralito en Argentina 2001 hubo saqueos a supermercados). Por ello, la defensa personal en estos escenarios implica estar atentos al entorno social. Algunas medidas: reforzar la seguridad del hogar (como detallaremos en otro artículo) para disuadir robos oportunistas, evitar exhibir signos de abundancia cuando muchos carecen de lo básico, y establecer lazos con vecinos para vigilancia mutua. No actuar con pánico es crucial: en la Gran Recesión de 2008, la inmensa mayoría de la población enfrentó las dificultades pacíficamente, apoyándose en redes familiares. Mantener la calma y la solidaridad reduce el riesgo de estallidos violentos.
También hay un componente de defensa psicológica. Las crisis financieras minan la moral y generan ansiedad, lo que puede nublar nuestro juicio. Un prepper debe reconocer estos efectos y cultivar la resiliencia mental: aprender a vivir con menos, adaptar hábitos (por ejemplo, cocinar en casa en vez de comer fuera, usar la bici más que el coche) no solo ahorra dinero sino que nos entrena en austeridad sin perder calidad de vida. Tomarse las dificultades como retos que nos fortalecen, en vez de desgracias insuperables, es la actitud que separa a quien sale adelante de quien se hunde en la desesperación. Buscar apoyo emocional en familia o profesionales de ser necesario forma parte del autocuidado.
Por último, la información confiable es oro en una crisis. Rumores de corralitos bancarios o desabastecimientos pueden precipitar pánicos (colas en gasolineras, retiradas masivas de efectivo) que empeoran la situación. Por eso, infórmese por canales oficiales y medios serios; contrastar noticias antes de actuar. Y tenga planes alternativos: si fallara el banco (caso improbable pero no imposible), disponer de algo de efectivo guardado en casa o tener una red de trueque local puede ser útil. Si el transporte público se detiene por huelga, quizás tenga una bicicleta o comparta coche con vecinos.
En resumen, prepararse para crisis económicas y energéticas es un ejercicio de prudencia que combina finanzas sanas, autosuficiencia material y cohesión social. Estas amenazas “invisibles” pueden parecer menos urgentes que un incendio, pero su impacto sostenido puede poner en jaque nuestra seguridad y estilo de vida. Quien se prepara con ahorros, víveres, alternativas energéticas y habilidades útiles, afrontará las vacas flacas con la tranquilidad de saberse prevenido. La prosperidad es cíclica, pero la resiliencia personal puede ser permanente si la cultivamos.
Referencias
- Elindependiente.com. (2023, 13 enero). La inflación media de 2022 fue del 8,4%, la más alta desde 1986.
- Consejo de la UE. (2023). Precios de la energía y seguridad de suministro.
- ABC. (2021, 17 noviembre). El temor al gran apagón desata la fiebre por el acopio.
- La Opinión de Murcia. (2025, 26 marzo). Kit de supervivencia de Europa: 72 horas de autonomía.