Por F. Javier Hernández
Lo primero que debe tener claro el docente es que pueden llegar a sus clases personas de todo tipo, incluso individuos que jamás habría pensado que acudirían a aprender, y deberá estar preparado para ello.
Cuando el docente enseñe a estudiantes adolescentes, jóvenes y de mediada edad, no deberá olvidar el enseñarles, además de la técnica, la responsabilidad que deberá adquirir para que no abuse de los conocimientos adquiridos, esto es, les deberá educar en algo importantísimo: que cada decisión tiene consecuencias, y que estas pueden ser beneficiosas o funestas. El docente, con personas mayores o muy mayores, en principio no debería tener ningún problema, exceptuando algunos casos de personas que, por la edad, tengan una mente un poco menos receptiva y ágil, con las que deberá tener una especial paciencia y cariño en la enseñanza, animando subliminalmente al resto de la clase a ayudarles, con el sólo ejemplo.
En el caso de personas que tengan problemas de agilidad mental, corporales y psicomotrices, poco a poco, con el desarrollo del entrenamiento, se irán solventando, aunque se deberá tener paciencia con ellas y no meterlas prisa, educándolas en el sentido de que deben competir con ellas mismas y no con las demás (recuerda que “las comparaciones son odiosas”); por ello el docente educará a estas personas en el pensamiento de que deberán medir su esfuerzo y su evolución en cada momento con el modelo de cómo eran ellos en el inicio del entrenamiento. Eso si, tendrá que tener un especial cuidado con el tema de la fragilidad ósea (soporte principal del equilibrio del cuerpo humano), y sus articulaciones, ya que estos sistemas estarán muy afectados por la edad; teniendo en cuenta también las patologías cardíacas, como las arritmias o la insuficiencia cardiaca, y las pulmonares, como puede ser el asma, la EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica), la fibrosis pulmonar…, las cuales obligarán a no apresurarse en alcanzar una evolución física óptima, volcándose en la perfección técnica y en la comprensión de los aspectos teóricos de la técnica entrenada.
En el especial caso de las personas discapacitadas, esto es, aquellas que tengan deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales que dificulten el aprendizaje y/o el entrenamiento, el docente deberá adaptarse a sus limitaciones, dirigiéndoles adecuadamente, siempre con especial cariño y respeto (nunca con conmiseración). Recuerda que el docente debe ser como el agua, que fluye, se adapta y siempre termina triunfante por muchos obstáculos que encuentre.
Hay que reconocer que existen varios casos de alumnos que acuden a aprender que merecen un tratamiento mucho más especial, como son personas con ciertas discapacidades importantes, me refiero a individuos bipolares, con Síndrome de Down o de Asperger, con minusvalías físicas, sensoriales…, con los que el trato y la comunicación deben ser cuidadosos, sobre todo en el caso de adolescentes.
Para que exista una discapacidad debe existir previamente una deficiencia que limite funcionalmente alguna facultad física, mental, intelectual o sensorial de un sujeto en particular, la cual le imposibilitaría o dificultaría el desarrollo normal de su correcta actividad autónoma cotidiana. Todo docente debe saber que una persona no “es” discapacitada, sino que “está” discapacitada, que es muy distinto, pues tiene una limitación funcional, siendo la clasificación la siguiente.
Minusvalía física puede consistir en alguna amputación, malformación, pérdida (o dificultad) de la movilidad, enfermedad crónica (paraplejía, derrame cerebral…), etcétera, que limita o impide el desempeño motor del sujeto, y con ello su capacidad de traslación autónoma plenamente eficaz.
Minusvalía psíquica puede consistir en una enfermedad o trastorno mental, por ejemplo: el trastorno bipolar, el autismo, la esquizofrenia, la depresión clínica, etcétera, que impide que el sujeto se adapte completamente a la sociedad en la que vive inmerso a pesar de estar integrado en ella.
Minusvalía sensorial consiste en una deficiencia que afecta a los órganos de los sentidos, como puede ser una discapacidad auditiva (sordomudez) o una discapacidad visual (ceguera).
Minusvalía intelectual aparece cuando el sujeto carece de la capacidad de aprendizaje esperada correspondiente a su edad, aunque pueda funcionar normalmente en la vida cotidiana; es el caso, por ejemplo, de las personas con Síndrome de Down.
Seguidamente haré un esbozo de como deberá comunicarse y relacionarse el docente con personas afectadas con trastorno bipolar que acudan a él, pues es la más común de todas las minusvalías psíquicas, no sin antes recordar que todas las personas con minusvalía son iguales a las demás que puedan hallarse en la sala de entrenamiento, tan solo deberá adaptar su comunicación y trato a sus especiales características pues, recuerda: “la igualdad consiste en saber que, aunque todos somos diferentes, nos debemos tratar como a iguales”.
El trastorno bipolar.
El trastorno bipolar, que es más común de lo que pueda pensarse (casi un millón de personas diagnosticadas en España, y muchas más sin diagnosticar), es una minusvalía psíquica consistente en una enfermedad mental, de origen genético en más del setenta por ciento de los casos, que afecta a los mecanismos que regulan el comportamiento del sujeto, haciéndole experimentar sentimientos excesivos y exagerados, lo cual provoca alteraciones en su estado de ánimo que se manifiestan en fases o episodios maníacos o hipomaniacos seguidos de episodios depresivos y episodios mixtos o, dicho de otro modo, el trastorno bipolar se caracteriza por tener el sujeto afectado diversos cambios de humor, bruscos y recurrentes, en los que intercala episodios de infelicidad absoluta con episodios de euforia intensa, e incluso irascibilidad, y episodios en los que la excitación se mezcla con sentimientos de tristeza.
Hay que tener en cuenta que, si el sujeto bipolar tiene unos hábitos estables, evita situaciones estresantes y toma su medicación prescrita, puede llevar una vida óptima, tanto familiar como social y laboral. En este sentido, la rutina del entrenamiento puede ser una buena opción terapéutica, sobre todo en personas jóvenes, pudiendo entrenar con total tranquilidad, pues con su práctica aprenderá una serie de pautas de comportamiento que serán muy positivas en su relación con el resto de la sociedad.
El docente deberá tener mucho cuidado con estas personas cuando dirija sus entrenamientos (a las cuales descubrirá con el trato y tras unas sesiones de entrenamiento, ya que ninguna de estas personas va informando de su condición a los demás), pues la sobreestimulación provocada podría generar un estrés añadido que podría inducir una fase irritable.
Lo primero que debe pensar el docente es que está tratando con un enfermo con el que deberá tener empatía y paciencia pues, si no las tuviera, surgirían graves conflictos y frustraciones tanto en el profesor como en el alumno, por ello, este último debe notar la disposición que tiene el docente en ayudarle (y no solo con la disciplina practicada), haciéndole sentir cómodo en todo momento y trasmitiéndole tranquilidad y estabilidad, lo cual se trasladará al resto del alumnado.
Hay que reconocer que, puede ser muy complicado para el profesor el controlar el equilibrio emocional de un alumno bipolar, sobre todo cuando éste esté inmerso en una crisis eufórica o irascible, sin embargo, creo que los frutos emocionales le enriquecerán como persona.
La actuación del docente en las diferentes fases depresivas, eufóricas o mixtas será la siguiente:
En las fases depresivas que tenga el sujeto bipolar, el profesor le alentará a realizar actividades físicas que le agraden, sin dejar de mostrarle en ningún momento afabilidad y comprensión, intentando hacerle salir del “agujero psíquico” en el que se encuentra inmerso. Dichas actividades, que ya habrán sido descubiertas por el docente con la experiencia diaria, deberían ser, lógicamente, ejercicios que se realicen en clase y que sean parte del entrenamiento habitual. Cuando esto se haga el alumno afectado no debería realizar la actividad escogida en solitario, sino que lo hará toda la clase, como si no se estuviera haciendo una clase personalizada, aunque así sea, pero, en todo caso, todo el alumnado se verá recompensado con el entrenamiento realizado; ni el sujeto bipolar ni el resto de la clase deberá darse cuenta de lo que el profesor ha hecho, para que de esta forma nadie piense en ningún tipo de favoritismo mal conceptuado, y, además, todo el alumnado, como indico, se beneficiará de un cambio puntual en la tónica general de clase. El realizar una actividad “preferida” por el sujeto bipolar que está en esa fase, logrará reincorporarle al resto de la clase, impidiéndose él mismo el aislamiento al que le fuerza esta fase puntual; según vaya realizando la actividad que tanto le gusta, irá equilibrando poco a poco su psique, volviendo a la “normalidad”.
En los episodios de crisis que pudieran aparecer, en los que el sujeto bipolar se acelera con una intensa euforia que le impide pensar con claridad, el profesor deberá evitar en todo momento la discusión o el enfrentamiento con el alumno bipolar, pues con ello solo agravaría su estado ya que ni siquiera se podría razonar con él, lo que sí se puede hacer es trasmitirle positividad y apoyo en todo momento, reduciendo con ello la posibilidad de daño; por ello, lo mejor que puede hacer el docente es interrumpir la instrucción de la clase, dejándola momentáneamente en manos de algún alumno veterano, y abandonar momentáneamente la sala con el afectado intentando calmarle, indicándole además que vaya al vestuario a relajarse con una buena ducha caliente, asegurándole que después hablarán sobre tema, pues la comunicación y la comprensión siempre son esenciales, volviendo el docente en ese momento a la sala para continuar con la instrucción, restando importancia al asunto en el caso de que alguien le pregunte sobre qué ha pasado. Incluso, si fuera necesario, el docente podría acompañar al alumno bipolar a los vestuarios, para hablar pacientemente con él si intuyera que el episodio de crisis fuera muy intenso. Es preferible sacrificar la guía de parte de la clase en un momento puntual (pues el alumnado con seguridad será comprensivo con la situación) que perder un alumno por esta causa, lo cual supondría un fracaso en la gestión educativa del profesor, pues su actuación, sea cual sea, será juzgada por el resto del alumnado.
En las fases mixtas el profesor intentará equilibrar emocionalmente al sujeto bipolar lo mejor posible. No se puede pensar que es más fácil de tratar esta fase que si estuviera en una fase irascible, pues podría derivar en ella de forma rápida si la comunicación no fuera la apropiada, al hallarse el sujeto en un estado limítrofe entre el entusiasmo y el abatimiento. Lo mejor sería que ese día se intentara aprovechar la parcela de entusiasmo en detrimento de la de decaimiento, impartiendo la clase planificada y dándole ánimos de vez en cuando con palabras de aliento que fortalezcan su confianza y satisfacción, aunque esto habrá que hacerlo con mesura, pues si se hiciera en demasía pudiera ser contraproducente pues le haría sentir peor si detectara una personalización, por lo que al darle ánimo también se deberá hacer lo mismo con otros compañeros de clase al mismo tiempo para difuminar el privilegio.
Como puedes ver, el tener un alumno bipolar supone un reto, pero ningún docente debería tener ningún miedo a los desafíos, los cuales deben ser admitidos como una prueba de su capacidad como forjador de personas excelentes, además, deberá intentar estrechar los lazos de amistad entre todos los alumnos, sin importar edad, sexo o condición, logrando que la sensación de grupo sea perfecta y la relación óptima.
F. Javier Hernández.
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El presente texto está compuesto por extractos adaptados de mi obra: “Pedagogía y metodología
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F. Javier Hernández es uno de los pioneros del Kung-fu en España (comenzó su practica a principios de los años Setenta), así como de deportes de combate y autodefensa, y, desde 1980, uno de los articulistas más prolíficos en revistas profesionales sobre artes marciales, deportes de combate y cultura oriental. Ha publicado profesionalmente más de mil trecientos artículos y publicado casi una veintena de libros sobre estos temas. Su experiencia docente y de divulgación periodística supera los cuarenta años, habiendo practicando artes marciales y de autodefensa desde hace medio siglo. A ello habría que sumarle su experiencia federativa, habiendo sido directivo y miembro de Tribunales de Grado en varias de ellas, además de colaborar en sus manuales técnicos.